Querido paciente, No te conozco, ni sé tu nombre ni el color de tus ojos, para ser verdad, no sé nada de ti y lo sé todo. Antes de nada, me presento. Me llamo Eliana y, aunque no nos conocemos, me he tomado el atrevimiento de escribirte. Como tú, también, estoy sola, con la diferencia que tú estás combatiendo, como un gran guerrero, en un hospital y yo, recluida, en mi casa, inventándome mil historias para no volverme majareta en este encierro. Desde que se decretó el estado de alarma, me quedé lejos de mi familia y de mi gente, no me pude regresar a mi pueblo y, a pesar de que fue una decisión responsable y meditada, lleva consigo distancia. Y duele. Ahí dentro, imagino que todo es demasiado caótico; aquí fuera, todo está desordenado y desorientado, desde el gobierno, las sábanas y hasta la primavera que llegó hace unos días y ni el azahar deja aroma en las calles ni en las avenidas. Los geranios no florecen y una maceta que tengo en mi casa, se le deshoja
Es el momento de escribirte. Ahora que ya todo es pasado, que todo llegó a su fin. Ahora que el frío irrumpe en un almanaque que empieza a recopilar las vivencias de sus días. Ahora que ya echo de menos la primavera que da comienzo a toda esta aventura. Ahora que todo son balances, enhorabuenas y recuerdos, tiempo de descaso y nuevos proyectos. Es el momento de escribirte. Es ahora cuando siento la necesidad de hacerlo, quizás sea una deuda pendiente, quizás sea justicia, quizás ni justificación tenga, pero, hoy que es un día cualquiera y ya ni los olés suenan, he decido abrir este blog que estaba cerrado sin traspaso para derramar mis sentimientos, esos que tantas tardes de esta temporada he derramado a tu lado. Octavio, déjame contarte… De ti he aprendido que a ganar se aprende perdiendo, a crecer ante las adversidades, a no fallarse a uno mismo, a seguir la senda que marcan los principios. Por ti sé que el miedo está siempre presente