Querido paciente,
No te conozco, ni sé tu nombre ni el color de tus ojos, para ser verdad, no sé nada de ti y lo sé todo. Antes de nada, me presento. Me llamo Eliana y, aunque no nos conocemos, me he tomado el atrevimiento de escribirte. Como tú, también, estoy sola, con la diferencia que tú estás combatiendo, como un gran guerrero, en un hospital y yo, recluida, en mi casa, inventándome mil historias para no volverme majareta en este encierro. Desde que se decretó el estado de alarma, me quedé lejos de mi familia y de mi gente, no me pude regresar a mi pueblo y, a pesar de que fue una decisión responsable y meditada, lleva consigo distancia. Y duele.
Ahí dentro, imagino que todo es demasiado caótico; aquí fuera, todo está desordenado y desorientado, desde el gobierno, las sábanas y hasta la primavera que llegó hace unos días y ni el azahar deja aroma en las calles ni en las avenidas. Los geranios no florecen y una maceta que tengo en mi casa, se le deshojan las margaritas, la cuido y la riego, pero, la muy jodida se me marchita sin hacerme el juego de preguntarme si la quiero o no.
Las calles de nuestra ciudad, digo nuestra porque así la siento, están más solas que nunca. ¡Quién ha visto a Murcia y quién la ve!, con lo que a ella le gusta un buen tardeo, rodearse de gente o engalanarse, con antelación, para recibir los días abrileños. La Gran Vía ya no es grande, en Trapería ya no se compra la suerte, en Platería ni se miran los escaparates y en las Cuatro Esquinas ya no se saluda a nadie. Lo único destacable es que todos los murcianos están haciendo de categoría el confinamiento.
El sol sale, a veces, no todos los días, y no brilla como antes. Quizá sea porque, también, esté triste de ver así las calles. Eso sí, hay un momento en el día que parece que todo se llena de luz y es cuando el reloj toca las ocho de la tarde. Todos salimos a los balcones y abrimos ventanas para aplaudir a los sanitarios, esos héroes sin capa que están llevando la peor parte y, aun así, incansablemente luchan por salvar vidas como la de tu compañero/a de habitación o como la tuya; incluimos en los aplausos a Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, a los transportistas, a los que trabajan en los supermercados, a los agricultores y a todos aquellos que nos abastecen de comida y fabrican materiales sanitarios. Hazles caso a los médicos y verás que todo pasa más rápido.
En mi zona, al principio éramos muy pocos los que aplaudíamos pero hemos conseguido que salgan casi todos los vecinos. Suena el Himno de España o la Parranda, mientras aplaudimos. Es emocionante ver con la alegría que lo hacen los niños o a mi vecino del quinto tocar las palmas por tangos y cambiar el ritmo cuando le chilla el de abajo; pero te confieso algo, hay una muchachita de carita arrugá y pelo blanco que vive enfrente mía que acapara toda mi atención. Intuyo que ha sufrido y llorado mucho, así lo atesoran sus años y aunque desde mi posición no le puedo ver con claridad sus pupilas, sí veo que apenas junta, en cada palmada, sus trabajadas manos. Te juro que son los aplausos más bonitos y sonoros de todo el vecindario. En su rostro, lleva dibujada una sonrisa que es como un faro de luz que traspasa las paredes y los cristales de las ventanas, mira si es maja que nos dice que le damos vida en esos escasos minutos y lo que no sabe ella es que, al verla sonreír tan radiante, es ella quien nos la da a nosotros. Después de ese momento, bajo persianas y sumo días, o los resto, según me dé y esté de ánimo.
A todo esto, que me enrollo y, todavía, no te he dicho el por qué te escribo. Te escribo para que no te sientas solo/a y pienses en todo lo bonito que te espera aquí fuera, cuando, del hospital, cruces esa bendita puerta. Piensa en salir de ahí más fuerte que nunca y dedícale, a los tuyos, tu mejor victoria, ganarle la partida a este maldito virus. Seguro que en casa andan ansiosos por verte y abrazarte, no sé si tienes padres pero un “te quiero” no deberá faltarles y si tienes hijos estrújalos y dale todos los besos que, durante este tiempo, estás coleccionando. No lo dejes todo para más tarde, ya has descubierto que el presente es lo importante. Si estás enamorado/a y no te has decidido, búscalo/a cuando salgas y díselo, no pierdas más segundos y lucha por conseguir ese amor que te alimente el alma, igual que estás luchando por curarte ahí dentro. Al final, sin amor, no somos nada.
Y aunque ahora parezca todo muy oscuro, esto pasará y llegará ese día que volvamos a nuestra vida cotidiana, a ser libres como el viento, a las tardes de paseo. Y volveremos, junto a todos nuestros paisanos, a saborear cañas y marineras en la Plaza de las Flores, estarán más ricas que antes porque serán compartidas con los amigos de siempre. Llenaremos el Estadio con el color grana que nos caracteriza y gritaremos los goles del Real Murcia con entusiasmo y alegría porque serán goles de vida. Quemaremos la Sardina dejando atrás todo lo malo y disfrutaremos más intensamente lo bueno, pasearemos por el Puente de los Peligros, nos comeremos un buen “parlamentario” después de salir del Teatro, miraremos la luna asomarse por detrás de la Catedral y el día del Bando serás más bonito que nunca junto a todos los nuestros. La Romería será especial, ya que miles de devotos acompañarán a la Virgen de la Fuensanta con promesas y agradecimientos en su vuelta al Santuario. Las imágenes de Salzillo recorrerán las calles de nuevo, vendrá otra cuaresma y tendremos Fiestas de Primavera, viviremos apasionadamente el mes de abril que este año nos han robado. En septiembre, quedaremos con los amigos para merendar un pastel de carne con una fría Estrella de Levante en los tendidos de la Condomina, que se volverá abrir para celebrar sus tradicionales corridas. De ahí iremos a los desfiles moros, los huertos, conciertos y hasta los paparajotes estarán más sabrosos. La Hermandad del Rocío iniciará un nuevo camino y, sus peregrinos, le presentarán, con orgullo, el Simpecao murciano, a la Virgen del Rocío. Y nos apuntaremos a cada fiesta de los pueblos, a cada tardeo, no dejaremos pasar las oportunidades, recordaremos a los que se nos han ido y brindaremos por las celebraciones que se nos quedaron pendientes y por el presente, con el corazón latiendo fuerte.
Sé que pronto volverás a casa y yo, aunque ya no te lo contaré, también, volveré a mi pueblo. Abrazaremos a los nuestros y, a pesar de que ya nada será igual, volveremos a pasear por las calles, a soñar, a sonreír y a trabajar como siempre lo hemos hecho para sacar este país tan solidario y generoso adelante, pero, sobre todo, juntos, volveremos a vivir. Así que abre la ventana, deja que entre el aire a tu cuerpo, llénate de fuerza y nunca pierdas la Esperanza, que lo mejor está por llegar y la vida está ahí, esperándote para vivirla.
No lo olvides. Volveremos. Yo te espero.
Mi fuerza y mi abrazo son para ti.
Óleo del artista murciano Nicolás de Maya.
Gracias por compartir tu obra.
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