La víspera del 30 de abril siempre me trae el mismo recuerdo. Cuando cierro los ojos me vienen a la mente ráfagas de un momento histórico que hasta la fecha solo lo he visto una vez, aquella vez del año 2011, por no querer perder la magia de los sentimientos que aquel día dejó en mí para los restos de mi vida. En uno de mis noctámbulos sueños, me pasó algo curioso y hasta con un punto de locura que quiero compartir. Soñando con aquella primaveral corrida hace un par de noches, al ver en mis sueños la puerta de chiqueros abierta de par en par y escuchar el son de clarines anunciando la salida del tercer toro, una voz imaginaria me habló para relatarme cuál fue su vivencia de aquella mágica y especial tarde…
[“El 217. Vamos toro, es tu turno”- escuché decir a una voz que sonaba a lejanía y decidí, sin más, seguir la luz que entraba por mi chiquero. Salí a un lugar redondo, lleno de luz y color y hasta casi me atrevo a decirte que, también, estaba lleno de magia. Me imaginé que sería el ruedo por lo que me había contado mi padre cuando yo apenas comenzaba a dar mis primeros pasos. El albero era dorado y habían dos rallas rojas dibujadas en forma de círculo. Alcé tímidamente la vista y vi mucha gente, la plaza estaba abarrotada y desprendía una elegancia muy torera y sevillana. Recuerdo que me llamaban desde los burladeros, digo yo que sería para ver como remataba en ellos, hasta que, de pronto, vi parado citándome a un torero vestido de azul y oro. Te lo confieso a ti, esta noche, que estás soñando y no nos escucha nadie, pero desde el principio ese torero me dio confianza, no me preguntes el por qué ni quieras saberlo pero, con gusto, decidí seguir aquel capote por verónicas. Al rematar, sonaron los primeros aplausos.
Posteriormente, me citaron desde lo alto de un caballo y recordé, en aquel instante, las palabras que me había dicho mi padre: “cuando te llame un hombre encima de un caballo, es el picador, ahí es donde tienes que demostrar lo que vales, tu bravura y tu sangre”. Me arranqué al cite y empujé con los riñones el peto, lo hice dos veces, dejándome todo lo que llevaba dentro en ambos encuentros. Escuché la ovación y me crecí, me sentí importante en aquel inmenso ruedo.
Me pusieron grandes pares de banderillas y me lidiaron tan suavemente que fue bonito seguir el recorrido del capote en la brega. Creo que el banderillero me enseñó a embestir mejor que lo hacía, me templó y me deslicé largo, cómo tantas y tantas veces, en el campo, lo había soñado.
A partir de ese momento, me quedé solo y tranquilo en un burladero. Hasta donde estaba, vino mi torero en suerte, con su muleta, a buscarme. Me citó y para allá que fui, arrancándome con prontitud, siguiéndolo, despacito, con temple, a compás, a corazón latiendo. A penas me daba un toque cuando ya me tenía de nuevo arrancado, todo era suave, sin brusquedad como caricias de un amor que yo no olvidaré jamás. Busqué alcanzar mi sueño y creo que el suyo, por algo el destino decidió unirnos en el mismo redondel, en ese precioso Coso del Baratillo. Yo quería ser como mi admirado padre y él, imagino, que triunfar para salir por la Puerta del Príncipe, anhelo que todavía por aquel entonces no hubiera conseguido. Sentía cada embestida como si en ella se me fuera la vida, los olés eran profundos, la gente se levantaba y aplaudía, se abrazaban, lloraban y reían. Mi torero, también, sonreía.
De repente, cuando fue a por la espada, hubo un alboroto en los tendidos. En el éxtasis, el presidente del festejo sacó un pañuelo naranja, símbolo de mi indulto, y ahí, aunque estés durmiendo y no puedas escuchar mi grito, ¡hasta de emoción yo, también, lloraba! Era lo que tanto había soñado, lo que mi padre me había inculcado y contado, por lo que había luchado desde que salí por chiqueros, por vivir. Y sí, antes de que tú curiosidad me lo pregunte yo ya te lo cuento: antes de volverme a los corrales crucé una mirada con mi torero que sin palabras supe descifrar lo que me decía. Te podría asegurar que él me agradecía mis embestidas por la gloria conseguida; yo, el que me devolviera a la vida.
Fíjate si es curioso, que esperando a embarcar a mi destino, La Real Maestranza de Caballería de Sevilla, ¡mira si me impone que solo con nombrarla siento escalofríos!, en el cercado precedente a los corrales, pensé mucho en lo afortunado que era de vivir cómo vivía y de tener la oportunidad de ir a la plaza para luchar y así salvar mi vida. Quién me iba a mi a decir que todo eso, días después, ocurriría. Me contaron que fue precioso ver salir, tan feliz, por la Puerta de Príncipe a mi torero y que yo ya formo parte de la historia por ser el primer toro indultado en esa maravillosa plaza que mira a Triana y se refleja en el río Guadalquivir.
A partir de aquella mágica tarde, vivo en el campo, en plena libertad. Disfruto de la naturaleza, de las vacas y de los descendientes que me rodean, me cuidan, me miman, ¡SOY EL REY DE LA DEHESA! De vez en cuando, recuerdo con nostalgia aquella inolvidable faena y hasta me emociono al revivir con mis hijos lo que en aquella tarde sentí. Sabes, ningún animal es tan dichoso como yo, soy de mi ganadería Núñez del Cuvillo orgulloso semental y parte de la historia de la misma. Hoy, trato de enseñarles y transmitirles lo mismo que mi padre me dijo y me enseñó a mí. Sigue soñando pero mañana al despertar que no se te olvide que la vida llama a la vida si luchas por ella y que un sueño solo se consigue si estás dispuesto a entregarte y morir por él.]
Aquella tarde se fue con abril, o abril se fue con ella, quien sabe. Se fue dejándonos marcada en la piel el tatuaje de una tarde con historia, de una tarde para la memoria. Aquél 30 de abril de 2011 Arrojado y José María Manzanares fueron el binomio perfecto del indulto y el éxito. Ambos escribieron una página de oro del toreo, pero solo los dos saben lo que sintieron y vivieron. Arrojado sigue embistiendo por las dehesas del cielo mientras su matador sigue el camino de los sueños grabando, en la memoria de los aficionados, faenas de recuerdo. Yo, guardé en mi corazón sus embestidas y, desde la otra noche, las palabras de aquel sueño quedarán reflejadas en este post para que sean por siempre leídas.
Fotografía: Joserra Lozano |
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