Hace años una promesa vino a mi vida. Vino sin tiempos ni espacios, sin saber nada y sabiéndolo todo, ni me dijo cuántas noches serían ni si algún día saldría el sol. Nunca me dijo si me conocía mucho o si con los pocos minutos, cara a cara, había tenía suficiente. Nunca me dijo tal vez, quizás, un tardaré o ahora vuelvo. Era una promesa sin discurso aparente, sin fecha de caducidad. Era la típica que parecía que no llegaría, la del viene de camino pero se va, la del tiempo pasa mientras que en el calendario la hoja del mes sigue sin estar cambiada . Únicamente, antes de irse, me dejó una frase escrita en forma de mensaje y, sin más, se fue.
Por meses estuve leyendo y releyendo esa simple frase. Me ponía a descifrarla, como la margarita que ansía la respuesta entre un sí o no. La metí en una botella, vacía de un vino que ya no importa el cómo fue derramado, lo que resalta es que ni gota quedaba. La tinta con el tiempo, a pesar de correosa, legible seguía, como la esperanza, que es la última en perderse cuando los desatinos y obstáculos aparecen. Algo dentro de mí me decía que llegaría el día en el que descubriría la profundidad que aquella frase escondía.
Iba casi a diario peregrinando a un buzón que muy pocos días estaba lleno. Esperaba, mirando a la ventana, a un cartero que me dejaba esperando, pasaron los veranos y los fríos inviernos, y, de vez en cuando, mis manos recibían dobladillos perfectos de folios imperfectos. Cartas iban y venían con la rutina y las fiestas, fuimos cómplices de historias sin tocarnos. Noté como corría el miedo entre mis dedos, abracé sin brazos de por medio, lloré con lágrimas secas y reí con mojadas emociones. En papel blanco, escribí y me escribieron “te quiero”.
Hace muy poco tiempo, la promesa se cumplió. Me apetecía contarlo. Vino a mi sin saber que tardó más de la cuenta, que se alargó demasiado, que no acortó tramos, ni caminos, ni días, ni meses, ni aniversarios. Fue de repente, al doblar una esquina, me la encontré de frente. Sin preámbulo, nos miramos y pusimos brazos a tantos abrazos, besos a las respuestas, destino a la distancia, un final al “todo llega”. Qué bonito fue escuchar el "te quiero" de su corazón, por fin, ya no lo escribían sus manos.
Ahora, de nuevo, destapo la botella y me encuentro con la frase escrita. Sigue legible a pesar de los años. “Espérame, me llamo amistad y vuelvo”. Amigo, celebrémoslo.
Para ti, tú ya sabes tu nombre, yo ya sé de tus sentimientos.
Fotografía: Jim Photography |
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