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MI PRIMERA MADRUGÁ.

Sevilla tiene una noche que solo tiene Sevilla. Una noche donde el amanecer, celoso, coge el relevo, donde la muerte y la vida se unen, donde existe ese algo que las palabras no consiguen definirla.


Iba camino de la ciudad que más amo, por esas carreteras llenas de kilómetros que parecen interminables cuando la espera se hace patente en forma de nervios y ansiedades. Mi primera Madrugá aguardaba entre los rincones de alguna calle, en las vísperas de una revirá o en una plaza donde parece que todo es principio y fin. Casi ná.


Temprano llegué a San Lorenzo. Había visto varias recogidas del Señor pero ninguna salida. Tras la pleitesía de los Armaos, a la una de la madrugada, una campana daba la hora exacta e inmediantamente sonó el cerrojo de la Basílica, todavía perdura su eco en mis adentros, qué escalofrío me entró por el cuerpo. Minutos más tarde, bajo un silencio sepulcral, vi salir al Señor de Sevilla. Lo miré en medio de una oscuridad rota por flashes que le iluminaban la cara, con un nudo en la garganta, sin apenas poder contenerle la mirada.

“Señor, me contaron que sabías de peticiones, de promesas, de plegarias y oraciones. Y me puse ante ti, con todo y lo puesto, con el pecho al descubierto, sintiéndome sola aunque estuviera en un lugar repleto de personas. Por un momento no supe qué decir. Mil perdones yo quisiera pedirte para esta presa de sus errores, un lugar donde refugiar cada uno de mis dolores. Te imploro tu bendición, que me señales el camino para seguir, que me digas por dónde debo ir. Sé que no soy nadie para pedirte favores, que hay más necesitados que yo, pero déjame que te siga,  Gran Poder, por el camino de la vida”. Al verlo enfilar la calle, con su cruz pesada al hombro, paso a paso, sin mayor ruido que el del lamento, me sentí llena y vacía al mismo tiempo. Aquella noche del Viernes Santo, le puse cara a Dios en San Lorenzo.


Tras ver el palio de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, con esa sevillanía de antaño, me fui a la calle Trajano, muy pensativa todo el trayecto, apenas con mis padres, fieles compañeros de esta aventura, crucé palabra. Enmudecieron sin necesidad de decir nada.


La trasera del paso de Misterio me hizo saber que tarde había llegado, qué Roma ya había pasado. Decidí esperarla a Ella. Justo delante de mí, el capataz mandó a parar el paso. Hasta ahí, todo era perfecto, cuando sin saber por qué una avalancha de gente empezó a correr. Sabía que lo mejor era estarse parado hasta que se encontrara una solución al caos, pero no sé cómo, de las tres filas de personas que tenía delante, entre empujones, acabé al lado del manto. Allí me quedé y entre las rendijas de sus varales, la miré y pensé “Aquí me tienes, no me voy a mover, qué sea lo que tenga que ser”. Lo confieso, reforcé más si cabe mi fe pero vi el terror en los ojos que pasaban por mi lado, escuché llantos de impotencia, vi abrazos temblorosos, desesperación, toqué el miedo sin rozarlo. Aquellas imágenes serán imposibles borrarlas de mi mente, esa vivencia vivirá en mí por siempre. Rápidamente, el orden volvió a imperar y la Esperanza Macarena siguió su camino hacia la Catedral.


Después de reencontrarme con mis padres, los cuales perdí en la estampida, seguí mi recorrido reflexiva y volví a desembocar ante el paso del Gran Poder. Es ahora, cuando recuerdo aquellas palabras del pregón de Rafa Serna,  “Y acabo dónde acaba siempre el sevillano/ cruzo calles, doblo esquinas/ un paso detrás de otro paso/ y en cada uno la herida/ se abre paso en un ocaso/ que ante tu rostro termina". Todo comienzo y todo final, tras su paso siempre va. Verle de nuevo, fue una vuelta a empezar.  

 

Por el Duque, me enamoré del Silencio. Su majestuosidad y serenidad me cautivaron, ese Nazareno arrastrando la cruz al revés me mantuvo eclipsada durante buen rato. El silencio soberano reinó el momento, la Virgen de la Concepción, venía bajo palio.

 

De ahí, el Calvario seguía ese silencio eterno que abrasa el alma, que te hace cavilar, por el que enmudeces sin preguntar. Crucificado, caminaba el Señor por Almirantazgo. En ese calvario de dolores y sufrimiento, parece que se pare el tiempo, mientras la Virgen de la Presentación, seguía a su hijo muerto.

 

En la Madrugá, del silencio a la alegría se cambia en apenas ves pasar una Cruz de Guía. Ya parecía que el día quería coger el relevo, cuando una caída recordaba cuales eran los cimientos. Tres veces se cayó pero se levantó de nuevo, los costaleros lo alzaron al cielo, sin apenas tocar el suelo. Señor de las Tres Caídas, ¡vaya paso de Misterio! Detrás, una morena de cara sigue sus pasos, con rasgos marcados, con la pureza por bandera, caminando sin descanso, con aires aflamencados. “Esperanza de Triana, emoción de la otra orilla, qué bonito fue verte cuando empezaba aclarar el día”.

 

Pero si hay una Hermandad que me tiene “robao” el corazón esa es la de los Gitanos. Francos con su estrechez hizo aún más bonito el momento. No sé lo que me pasa cuando al Señor de la Salud veo, se me acompasan los latidos, un pellizco en el cuerpo siento, me pueden los sentimientos. “Rozando pasaste por delante de mí, perdóname pero no pude aguantar tu cara, era demasiado para esta mujer, que sin ser gitana te ama sin explicaciones ni sangres de por medio. Tu túnica bailando al viento, me hizo ver que caminabas. Qué nadie me diga lo contrario, que se lo discuto, porque yo te vi andando camino de la Cuesta del Rosario. Lágrimas siguen cayendo por mis mejillas al recordarlo”. Tras unos nazarenos, un manto azul pavo cambió mi semblante. Desde que la conocí, no he dejado de soñar con Ella, se convirtió en las Angustias de mis soledades, fue un sueño verla, tan de cerca, en plena calle.

 

Por aquel entonces, ya había entrado de pleno la mañana. Había visto a todas las Hermandades que hacen su Estación de Penitencia, excepto un paso, el cual solo vi su trasera y bien sé lo que me dolió llegar, a su encuentro, con retraso. Recorrí callejones que ni sabía que existían, una amiga hizo de excepcional guía, pregunté en unas pocas aberturas de calles y en todas había pasado. Por un momento pensé que no lo vería este año, aunque la fuerza de la fe, hace creer en los milagros y en Escoberos la oportunidad parece que me estaba esperando.

 

“Cuando en la revirá de Parras te vi aparecer, Sentencia de mi vida, ya era imposible contener el llanto. Venías como a  ti te gusta, de costero a costero, navegando en mares de sentimientos. Cómo no me voy a  emocionar cuando arrancas con el izquierdo y caminando de frente te veo. Ese movimiento cadencioso y elegante hace que, por un momento, se pare el tiempo. A tu lado, Padre, creo en lo eterno. Me pongo triste cuando veo que te sentencian sin reparos, que te juzgan sin saber la verdad, que no entienden que todo lo que tú haces es amar. Bien sabes que sabes más de mí que yo misma. Tu humilde mirada, tu bondad, tu serenidad, a pesar de la distancia diaria, reina mi mundo día tras día. Vives tan dentro de mí que nunca te estaré lo suficientemente agradecida. Es verdad, no quise que te fueras, pero sabía que tú deber era irte. Te acompañé hasta donde mi vista dio, saboreando esa lejanía que nunca se olvida, soñando con volverte a ver otra mañana de Viernes Santo, en alguna esquina". Tras él, la Centuria Romana lo seguía.

 

Cientos de capas de merino y antifaces de terciopelo en color verde, aplausos, saetas, vivas y hasta petaladas que caen del cielo, hacían presagiar que la Esperanza Macarena estaba a punto de doblar la esquina.  “Y si algunas lágrimas me quedaban, al verte, se convirtieron en manantial. Reina y Madre, dos perfiles hay en tu cara, aunque ese día pude comprobar que de noche y de día tu cara también cambia. Me cuesta explicar que es lo que siento cuando me paro a verte, es tan grande el sentimiento que por mil palabras que utilizara ninguna serviría para transmitir ese momento. Tus ojos se clavaron en los míos como puñales, mis piernas temblaban al tenerte delante, ¡cómo no llorarte! En tus mariquillas pude sentir tu respirar, tus bambalinas traían el compás. Ibas elegante y soberana, radiante de guapa.  Pero, Madre, que puñetero es el tiempo que quiso, tan rápido, alejarte. Ahora entiendo esa frase del pregonero de este año “Eres la Sevilla eterna que apenas dura un relámpago”, bendito relámpago de Esperanza que es capaz de mantenerme en pie todo el año. 

Sabes, una vez leí que la vida se resumía en un palio de vuelta. Y mira por donde, descubrí el significado de la expresión en aquella mañana sin fecha en el calendario porque vivirá en mí sin necesidad de que un número me diga que aquel día fue tiempo pasado. Madre, todo es verte marchar, todo es espera desde que te alejas, todo volverá cuando en primavera decidas, de nuevo, como una paloma volar. Es cierto, fue efímero el instante pero será eterno el recuerdo, que es lo importante, porque a tu lado es imposible no pensar que hay “otra vuelta” desde que te vas… " 


Así fue mi primera Madrugá.

 
Fotografía Pilar (@DelPilarKira)


Texto: Eliana Abellán Sánchez (@Eliana_Abellan)



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