Escribo
todavía emocionada, en caliente, con la piel chinita, con la camisa partía, con
el sombrero descubierto, con el corazón desmesurado, con la emoción
incontrolable, con la grandeza de lo grande. Escribo, aunque palabras me
falten, o me sobren, quien sabe, pero escribo porque tengo la necesidad de
expulsar todo lo que siento, todo lo que vivo, todo lo que soy, todo lo que
veo. Escribo…
Escribo para
tratar de poner en orden mis sentimientos llenos de sentimientos, alborotados,
arrebatados, plenos. Escribo con una palabra rondando mi mente, a veces se
esconde, otras aparece, otras se muestra tal y como es, otras desfallece.
Verdad lleva por nombre. Verdad, tan real, tan explícita, tan latente.
Cuando tras
estoquear al primero de sus toros Alberto López Simón apenas podía aguantarse
en pie e iba camino de la enfermería, divisé media sonrisa en sus labios.
Casi no se veía, pero se le adivinaba más allá de su rostro pálido. Era la
sonrisa de una oreja ganada a base de valor, firmeza y exposición. Poco
después, volvía a salir por la misma puerta para matar sus dos toros restantes,
caminando despacito, aguantado por su querer es poder, por sus ser, por su
interior, por sí mismo. Para unos, una temeridad el torear herido; para otros,
el alarde de valentía de un hombre envuelto en un traje de héroe, de
torero. Tras una faena llena de
tandas despaciosas, templadas, puras, llenas de dolor y verdad, Madrid recibía
el anochecer, saboreando el triunfo de un joven torero.
Fotografía: Javier Arroyo (Aplausos) |
Dos días
después, el alma se desnudaba en las Ventas. La verdad de nuevo afloraba. Paco
Ureña se entregaba al toreo, en cuerpo y alma. El corazón en las muñecas lo
llevaba. Naturales a pies juntos, de frente, hasta detrás de la cadera. Era el
verso torero más puro, más completo, más verdadero. Roto por dentro y por
fuera, lágrimas derramadas toreando al sentir tan dentro la pasión del toreo.
Alcanzar la gloria, tocarla, acariciarla, pero dejarla ir por el fallo con la
espada… La faena soñada, ante un buen toro de Adolfo Martín, fue merecedora
de una vuelta al ruedo sin nada, con la cabeza bien alta y la emoción en cada
una de las manos que aplaudían y cada garganta que ¡Torero! le gritaba.
Fotografía: Javier Arroyo (Aplausos) |
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