Caminaba hacia la plaza de toros de Valencia con la ilusión
de una nueva tarde taurina. Al entrar a la plaza, mi itinerario era el de
siempre. No hacía falta pensarlo, mis pies caminaban sin guía al destino
predestinado. Había quedado con Ella, una chica adolescente llena de sueños, en un sitio muy especial, la capilla. Lugar de rezos, amparos, soledades y silencios. Allí íbamos a esperar la llegada de los toreros. Antes de aquella cita, había hablado un par de veces con Ella por las redes sociales y
tras leerla en sus publicaciones tenía la sensación de que era una seguidora
diferente. Recuerdo que me escribió para decirme que
su ilusión era tener una foto con su ídolo. Qué le costaba mucho llegar hasta
él y que lo que había conseguido entre todos sus intentos era darle la mano.
Estábamos las dos apoyadas a una valla y Ella, en los minutos previos, me contaba su pasión manzanarista. Lo que significaba su torero en su día a día, qué cualidades tenía su toreo que la enloquecía, miles de adjetivos en sus frases aparecían. Me acuerdo perfectamente como temblaba, sudaba de tantos nervios que corrían por su cuerpo. Hablaba llena de esperanza porque iba a intentar conseguir su ansiado sueño pero al mismo tiempo la duda de qué fuera posible aparecía y la inquietaba más todavía.
Cuando el runrún de la multitud se hacía cada vez más
presente y los flashes se disparaban de forma continuada, Ella intentaba
estirar su cuello para verlo, algo le decía que ya venía, que la espera ya no
era espera, que pronto enfrente lo tendría. Me apretó fuerte la mano y me pidió
que no le fallara, que la ayudara, que era su sueño, que no la dejara.
Llegó JMManzanares, lo paramos y una vez delante, me dejé
llevar por el instante y miré atenta todo lo que ocurrió. JMManzanares, tan
cariñoso, amable y atento como siempre, le pidió que le diera primero un beso y
ella le suplicó que se hiciera la foto. Vi disparar la cámara y una sonrisa en
mis labios se dibujó. Estaba en tensión, tal vez, porque tenía yo más ilusión que
Ella por que viviera aquel momento. Respiré ya relajada, el sueño estaba cumplido.
La felicidad se palpaba. Nos miramos y sin más me abrazó. No articulaba
palabra, sí lloraba. Notaba como los latidos de su corazón palpitaban
desmesuradamente y las lágrimas se dejaban entrever por los cristales de sus
gafas. Me daba las gracias, mil y una vez, me decía que había cumplido el sueño
más grande de su vida, que era el día más feliz, que no lo olvidaría, que
siempre lo recordaría. Miraba su móvil una y otra vez, la tenía, la foto con su
ídolo, con el torero que admira, el recuerdo de ese día.
Nos despedimos con un abrazo tan fuerte como pudieron
dárselo nuestros brazos y emocionada me iba camino de mi tendido. Sentía una
inmensa alegría por haber aportado mi granito de arena para que aquello ocurriera, por haber vivido la grandeza de aquel instante y porque una
persona que no conocía de nada hubiera compartido conmigo ese precioso momento
tan lleno de magia, tan real como de ensueño. Cómo me había llegado aquella
historia, cómo un momento tan pequeño te podía hacer sentir tanto… Quizás era
porque me vi reflejada en Ella, me recordaba a mi niñez, a mi ilusión de los comienzos,
a aquellas luchas de cuerpo a cuerpo con la gente por tocarlo, mirarlo y ver
que mi ídolo era de carne y hueso.
Gracias a todas las personas que tarde tras tarde comparten conmigo sus sueños taurinos y manzanaristas, porque vivo con vosotros esos momentos, me meto en vuestra piel, os siento, me emociono y me dejáis el regalo más grande del recuerdo y el sentimiento.
Fotografía: A.C. Pasión Taurina JMM |
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