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LA LUZ DE MI CAMINO.

Era una mañana cualquiera,  con olor a primavera, no había bullicio, ni Romería, ni bueyes, ni carretas. Fui al Rocío, para estar a solas contigo...

 

Al llegar a esa bendita Aldea sentí que el mismo cielo se juntaba con la gloria en la tierra, una tierra de paz, armonía, tiempo, silencio. Miré al horizonte y mi vista se perdió en aquellas Marismas unidas al cielo buscando lo infinito. El paraíso eterno.

 

De camino hacia tu ermita, en cada pisada que dejaba en la arena veía que la huella se marcaba. Sentía como si mis pies quisieran dejar algo tan efímero como una señal que con un poquito que se levantara la polsaguera se iba a borrar sin dejar rastro de que por allí había pasado. Me planté ante tu puerta, me paré un segundo y pensé, “ya estoy aquí Señora, como cada año, para verte”. Un suspiro brotó de mis adentros y sin apenas darme cuenta ya te divisaba al fondo en tu precioso altar. Me iba poquito a poco acercando y las lágrimas rotas por la alegría ya salían de mis ojos, manantiales de sentimientos que explotaron sin esperar a llegar a tenerte más cerca.  Pero mira que me preguntaré veces, qué tendrás Señora, qué tendrás, que escalofríos me corren por dentro al tenerte frente a frente.

 

Me agarré con fuerza a tu reja, me arrodillé ante ti y busqué tu mirada, sonreí a mi Pastorcillo Divino y el diálogo comenzó a fluir. Tenía tantas cosas que contarte, que le pedí al tiempo que se detuviera en aquellos instantes.

 

Madre, sabes que eres el varal donde se agarran mis fuerzas, la guardiana de mis sueños, la energía en mis debilidades, la esperanza en mis soledades, el consuelo de mis lamentos, la guía en el camino de esta vida mía llena de senderos. Como me cuesta decirte Pastora mía todo lo que siento, si hasta el silencio se queda dormido cuando en las noches a solas te susurro mis miedos, te hablo de penas, de sufrimientos y, a la misma vez, comparto contigo mis alegrías, mi felicidad y mis mejores momentos. El amor que siento hacia ti es tan grande  que en estas simples letras no cabe.

 

Entre conversaciones, rezos y mil historias, que al contártelas se me entrecortaban por la emoción, llegó  el momento más triste, esa despedida en la que el adiós se convierte en una palabra imposible de pronunciarte. Me fui muy despacito alejándome de tu altar, sintiendo ese dolor profundo apretándome el pecho y que solo entendemos los que te llevamos dentro. Te pedía volver, quería robarle tiempo al tiempo, que nos dejara un ratito más, que prolongara el momento…

 

Al salir, de nuevo me detuve a reflexionar mirando las Marismas. Me sentía tan afortunada de sentirte siempre tan cerca, teniéndote tan lejos: en cada latir de mi corazón, en la medalla que siempre llevo colgada en mi pecho, en mi alma, en mi pensamiento. Allí dejé una parte muy grande de mí, sí, pero, a la misma vez, me vine llena de vida, esperanza, fe, amor, sentimiento.

 

De niña, Rocío, me dijeron que serías la luz de mi camino, mi estrella, mi guía, pero hoy Madre mía, después de tanto, me atrevo a decirte que eres toda mi vida.

 

Eliana Abellán Sánchez (@Eliana_Abellan)

 
 

 

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