El 24 de junio en Alicante, lo vi todo a través de los ojos. Vi las caras de ilusión de los aficionados en el patio de caballos, deseosos de conseguir ese inigualable instante al lado de los toreros que, quizá, por el tiempo a muchos nunca les llegó. Entre tantas personas, divisé a una chica, más o menos de mi edad, Mari Paz venía desde muy lejos para ver a su Torero y apenas había podido ver el color de su vestido debido a la rapidez con la que había entrado hacia el interior de la capilla. Su ilusión de desinfló y exclamó: "jo, no pude verlo". Me puse en su piel en cuestión de segundos, le di la mano y le dije “no todo está perdido, queda un último intento, no te sueltes de mi mano, vamos a intentarlo de nuevo”. Antes de entrar al patio de cuadrillas, en esa puerta que separa el gentío de la soledad, el silencio desde el otro lado contrastaba con el murmullo de ese circular pasillo y ahí los minutos parecieron eternos. No tenía las palabras exactas para aseg