Escribo en caliente, con lágrimas amargas, con latidos que por seguir latiendo ni hacen ruido. Escribo en silencio, en plena soledad, en el momento más triste en el que he escrito. Escribo encogida, con un llanto que se escucha solo, en mi interior, para dentro. Incapaz de salir o saliendo por cada poro de mi cuerpo. En mis venas corre el manzanarismo, creo que en mi ADN venía metido, y llorar es el único consuelo que encuentro en este vacío. Sabía que mi espalda no estaba para ese gran esfuerzo pero mi corazón me pedía a gritos que lo intentara y sin pensármelo decidí pincharme para no notar el dolor físico y coger el primer tren que me llevara a Alicante. No me importaba nada, solo llevaba un sentimiento que era más fuerte y podía a cualquier impedimento. El tiempo, pareció querer detenerse. Me quedé parada, inmóvil, bloqueada frente a la capilla. Por mi cabeza pasaban muchos momentos y hasta el privilegio, pese a mi edad, de haberlo visto torear en directo y hab