Era mi última tarde, mi último momento, mi último viaje. Era un día raro, quizá hasta desde su comienzo fuera nostálgico. Te esperaba, no quería que vinieras y a la vez lo deseaba, sentía que ese instante, al estar frente a ti, se iba a marchar demasiado rápido, con prisa, sin tiempo a saborearlo. Te miré y, si más, surgió un profundo abrazo. De esos abrazos que dejan huella cuando llegamos pero aún más cuando nos vamos, al recordarlo. “Mírame a los ojos y escúchame, mi corazón quiere hablarte”, fue la frase que hizo de preámbulo a un discurso donde mis latidos explotaron, las lágrimas brotaron y los sentimientos se derramaron. Torero, me despedí emocionada porque otra temporada más había construido a tu lado mi historia. Una historia escrita tarde tras tarde, tú desde el ruedo y yo desde el tendido dejándome llevar por tu toreo tan sentido. Ha habido encuentros que hacían realidad mis sueños, detalles que no tenían precio, distancias que no eran impedimento para sen